lunes, 31 de enero de 2011

Las habilidades en el envejecimiento positivo por Ken y Mary Gergen


Extraido del BOLETÍN DEL ENVEJECIMIENTO POSITIVO
septiembre - octubre, 2010
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Boletín del envejecimiento positivo, por Kenneth y Mary Gergen,
dedicado al diálogo productivo entre la investigación y la práctica.

Financiado por el Instituto Taos (Taos Institute).

Traducido por Mario A. Ravazzola; supervisado por la Dra. María Cristina Ravazzola de Mazières.

Es común considerar las primeras dos décadas de la vida como la fase crítica del desarrollo - cuando aprendemos las destrezas básicas del habla, del relacionamiento y del autocontrol, y todas las habilidades secundarias que nos proporciona la enseñanza convencional. La denominada edad mediana estaba conformada por aquellos años en los cuales se utilizaban estas habilidades y se intensificaban aquéllas particularmente relevantes para los objetivos de la vida. Entonces, siguiendo la historia, la gente se jubila y envejece. No se requieren nuevas habilidades, y de hecho, se demanda muy poco de las que se han adquirido; lentamente, se van alejando. Éste es no sólo un cuadro depresivo del envejecimiento, sino que es enteramente engañoso. La vida del adulto mayor es un período importante de desarrollo, y sus recompensas pueden
eclipsar cualquier período anterior de la vida. Si el envejecimiento es un período positivo de crecimiento, se requieren nuevas e importantes habilidades. Deseamos dedicar las próximas dos emisiones del boletín al tratamiento de las habilidades del envejecimiento positivo. Para comenzar, es útil hacer una distinción preliminar entre dos clases generales de habilidades: las que amplían los potenciales de la vida y las que nos permiten vivir con limitaciones. En términos de expansión, pensemos en el niño que aprende a caminar, andar en bicicleta, leer o ahorrar dinero. Cada una de estas destrezas abre nuevas posibilidades; se enriquece la vida. En el segundo caso, consideremos la manera en la cual los niños deben aprender a arribar al pecho de su madre, la libertad de defecar a voluntad, los arrebatos emocionales, o el ocio de esos años antes de la escuela. Y así sucede en los años maduros. Aunque raramente se exponen, hay habilidades que pueden abrir nuevos espacios de compromiso significativo, y están aquéllas que son esenciales para enfrentar lo que debe dejarse en el pasado. En este número, nos centramos brevemente en una habilidad de expansión. La que es especialmente relevante para aquéllos que viven con un esposo o pareja durante muchos años es la habilidad del redescubrimiento. Hablamos recientemente con un conocido nuestro que se quejaba de que su esposa se había convertido en una mujer aburrida e indiferente. ¿Por qué - se preguntaba- debería pasar el resto de su vida con alguien que no era en absoluto como la muchacha a quien hizo sus votos algunas décadas antes? Tales quejas presagian un futuro melancólico, y sugieren por qué los índices de divorcio de gente de más de 60 años han estado aumentando recientemente.
Obviamente, su esposa no es la misma persona, ni lo es él, ni lo son sus hijos ni sus amigos, ni muchas otras cosas son iguales que el día que se casaron. Particularmente, en familias con una fuerte división del trabajo o con dos carreras, los esposos o las parejas pueden notar escasos cambios cada uno en el otro hasta la jubilación. Sin nadie más alrededor de ellos, y con tiempo para estar juntos, uno puede enfrentarse repentinamente con alguien que puede parecer un extraño. El desafío entonces es el redescubrimiento. ¿Cuáles son los potenciales posiblemente ocultos del otro, de uno mismo, y de la danza relacional que puede emerger ahora? No existe una respuesta fácil a esta pregunta, sino que, prometedoramente, puede haber muchas respuestas posibles. Aquí están algunas que han surgido de las conversaciones entre nosotros y con nuestros amigos:
• Busque nuevos contextos de relación: viajes, deportes, paseos, teatro;
• Explore las nuevas actividades relacionales: masajes, cocina, jardinería;
• Amplíe los pasatiempos personales para incluir al otro: golf, bridge, pesca;
• Reexplore el pasado en conjunto, con sensibilidad particular a los posibles reencendidos de viejas sensaciones de alegría y unidad;
• Explore las actividades que tuvieron el placer de hacer juntos alguna vez, pero que fueron abandonadas por falta de tiempo;
• Conceda a su pareja tiempo y espacio para el desarrollo y la exploración individuales; los resultados pueden ser compartidos más adelante;
• Ubíquese en el puesto de observación de los contextos en los cuales usted puede sorprender al otro agradablemente.
Si los lectores quisieran compartir sus propias habilidades del redescubrimiento nos placería publicarlas en las futuras emisiones del boletín.

lunes, 17 de enero de 2011

MARIA ELENA WALSH (1930 - 2011)


Fuente: Página 12 Suplemento Radar

Domingo, 16 de enero de 2011


...y seguí cantando

Por Diego Fischerman

Había un programa de televisión. Se llamaba, como se llamó después la obra de teatro, Doña Disparate y Bambuco (aunque no sé por qué, en casa decíamos “Bambuco y Disparate”). Allí estaban Leda y María pero no era lo único que había. Si no me equivoco, un hombre gigantesco enseñaba a tocar el tonette, asignando a cada nota un número. Y uno aprendía, también, a “fabricar” pergaminos antiguos, con papel, aceite y talco. En esa época, papá trajo a casa el primer disco de María Elena Walsh que tuvimos, Canciones para mirar, con una tapa de papel satinado. Fue a comprarlo, contaría infinidad de veces, a un departamento donde una señora de ojos claros atendió la puerta, dijo “un momentito” y al rato salió con el disco en la mano.

Yo tenía seis o siete años. No había casi televisión –El Capitán Piluso, algunas series, El llanero solitario, Superman–-; estaban los discos Calesita, de plástico de colores, con canciones infantiles tradicionales, y un LP de “nursery rhymes” (“The Farmer in the Dell”, “Jack and Jill”, “London Bridge”, “Mary Had a Little Lamb”, “Humpty Dumpty”). Estaba la bicicleta, también, y las revistas mexicanas, y el Parque Rivadavia los domingos a la mañana, y una escuela en la que no podía suceder nada interesante. Era un mundo pequeño. No había muchas novedades: apenas las que podían entreverse en las conversaciones de los grandes. Y ese mundo cambió de tamaño con Leda y María. No se trataba sólo de canciones divertidas –que lo eran–. O tristes –“La Pájara Pinta” era insoportable, por más que la “escopetita verde” intentara restarle algo de dramatismo–. Lo que allí sucedía era la revelación de un universo en el que cabían bagualas, milongas, zambas, el vodevil, el jazz, ritmos caribeños, más adelante chamamés y chacareras y hasta un twist. Leda y María se convirtieron, en poco tiempo, en María Elena Walsh a solas. O, mejor, en ella junto a músicos como Oscar Cardozo Ocampo y acompañada por arreglos de una sutileza y un detalle altamente infrecuentes en la música argentina en general y, hasta ese momento, simplemente impensables en las canciones para niños. Yo no lo sabía entonces, y ella lo negaría cada vez que pudiera, pero en esas canciones había un proyecto pedagógico. Un modelo acerca de lo que el aprendizaje podía ser y acerca de lo que tenía que abarcar.

No se trataba de moralejas, desde ya. Ni de esa escuela que funcionaba como un Rey Midas al revés, convirtiendo todo lo que pasaba por ella en tonto, aburrido y, sobre todo, falto de humor y novedad. Las canciones de María Elena Walsh, como lo que estaba en sus discos anteriores junto a Leda Valladares, respondían a un cierto modelo humanista según el cual cuanto más se conociera más libre se podía ser. La exhumación de folklores, el americano o el español, como en el notable Canciones del tiempo de Maricastaña (“en qué nos parecemos, tú y yo a la nieve; tú en lo blanca y galana, yo en deshacerme...”) respondían al mismo impulso que el mapa que sus canciones infantiles buscaban trazar: la diversidad como un bien en sí mismo. Y la cuestión no estuvo ausente, tampoco, en su plan para educar adultos. El chamamé “La Juana”, en todo caso, era una pequeña lección de sociología (“sé que ustedes pensarán, que pretenciosa es la Juana, cuando tiene techo y pan también quiere la ventana... yo vivo en un cuadradito de oscuridad recortada... y mi único balcón es ver la televisión”). Y ese “¿diablo estás?” al que se le contestaba con “me estoy poniendo la cartuchera y la casaca militar, y con mi música de metralla a todos quiero ver bailar” resultaba igualmente didáctico en ese 1968 previo al Cordobazo. Su Juguemos en el mundo, estrenado en el Teatro Regina, se convirtió en un éxito sin precedentes inaugurando además un género, “a la manera del Olympia de París”, según la revista Primera Plana.

Podría pensarse que la educación argentina –y la vida misma– se desarrolló, simultáneamente, en dos direcciones opuestas. Dos poderosas líneas se habían ido gestando junto con el país: una abierta, atenta a la variedad y a las novedades de todo tipo; la otra, cerrada en sí misma. Una sintetizada, tal vez, en ese espíritu dentro del cual revistas como Primera Plana o Análisis reemplazaron a la Iglesia en la formación del gusto de clase media; la otra corporizada en el golpe de Onganía y su gesto restaurador. En la primera sonaban las relecturas del folklore del Nuevo Cancionero mendocino, de Mercedes Sosa y, claro, de Leda y María. A la segunda le llegaría su banda de sonido con Roberto Rimoldi Fraga. ¿Diablo estás?, preguntaba María Elena Walsh. Y el lobo estaba poniéndose su cartuchera para imponer, además de los consabidos recetarios económicos de sus ideólogos, un modelo cultural. “Anastasia querida”, le cantaba Nacha Guevara a la censura, que se entronaría en esos años y que, luego de un cortísimo interregno al comienzo del gobierno de Cámpora, volvería a reinar a partir de 1975.

En 1979, en plena dictadura, Walsh escribió un texto titulado Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes. No era exactamente un alegato contra la tiranía, de hecho –concesión a los tiempos que corrían o, tal vez, convicción– reivindicaba la lucha contra el terrorismo –aunque lo llamara, igual que los militares, subversión–. Era un texto contra la censura. Allí se hablaba de la libertad. Se hablaba de la Argentina abierta, en cuya aniquilación la Junta Militar puso por lo menos tanto ahínco como en la de la lucha armada. Los niños de los ’60, formados por la riqueza cultural de sus canciones, por los infinitos juegos que podían surgir de “el gato que pes, sentado en su ventaní”, la “gaviota medio marmota” que confundía un perro salchicha con una gran lombriz o las “ganas muchas ganas, de tomarse un desayuno con catorce medias lanas”, pertenecían a ese país. Se habían (nos habíamos) educado en un mundo de bomberos con brillantes sacapuntas y de escuchas donde se pasaba con naturalidad de la chanson francesa al huayno y del jazz o la chaya al “Señor Juan Sebastián”.

Ya en los ’90, Walsh me dijo, en una entrevista, que la Argentina había salido del jardín de infantes pero estaba en la secundaria y en una escuela de varones. Era un país de “muchachones”, decía. Ese país en que la comicidad adquiría la forma de la módica violencia de la “jodita”, y donde se buscaba zafar más que estudiar, con Tinelli como referencia cultural y, un poco más adelante, con Macri como más perfecta encarnación política, con su culto a la homogeneidad más flagrante y su desprecio por el saber (al fin y al cabo, se puede dirigir una empresa y hasta ser intendente sin haber leído un libro), volvería a poner en entredicho a la Argentina abierta. La modernidad del ’68, con Juguemos en el mundo y, a pocas cuadras, la María de Buenos Aires de Piazzolla y los primeros recitales de Almendra, ya no estaba más. Era, quizás, un proyecto terminado. Y, no obstante, permanecía –y así seguirá siendo– en esas canciones extraordinarias. En esas obras de perfecta concisión, belleza melódica, humor, inteligencia, ingenio y vuelo poético que enseñaron –y enseñarán– que sin curiosidad no hay escucha verdadera, Y que mostraron, entonces y siempre, que un mundo más grande es un mundo mejor.


Los personajes huérfanos

Por Andrea Ferrari

Teniendo en cuenta su fama y prestigio, el Comité de Emergencias decidió contactar a M. en primer lugar. Les informaron que estaba viajando de incógnito desde París (odia el acoso mediático) y demoraría entre dos y sesenta y ocho días en llegar a su hogar. Era, en realidad, un contratiempo previsible. M. sigue yendo una vez por año a Europa para probar los últimos tratamientos de belleza, algunos de los cuales han conseguido notables cambios en su cutis. Lamentablemente, los científicos aún no han podido evitar que en la larga travesía de regreso esos efectos tiendan a desaparecer, por lo cual al poco tiempo ella emprende un nuevo viaje. Entre idas y venidas, no pasa en Pehuajó más que cuatro o cinco días al año, en los cuales descansa al sol.

Como no tenían tiempo que perder, los miembros del Comité decidieron seguir con el próximo en la lista, M.L. En este caso tuvieron más suerte, ya que el susodicho se encontraba cazando en Corrientes, donde en esta época del año se abre la temporada de naranjas. Eso significa que durante quince días las naranjas se arrojan de los árboles e intentan alcanzar su destino sin ser interceptadas por los cazadores. Cuando el Comité llegó, M.L. ya había capturado a dos, que se quejaban amargamente desde el interior de una bolsa, sin que el cazador se conmoviera en lo más mínimo. Antes de darle la noticia, el Presidente del Comité le pidió que se sentara y dejara a un lado su arma. Fue un gesto prudente: se sabe que no hay nada más peligroso que un mono con navaja.

De Corrientes la comitiva se trasladó a Humahuaca. Encontraron a la vaca en la escuela, ya que pese a su proverbial dedicación al estudio aún no ha logrado superar quinto grado. Recibió la noticia con cara seria y ojos húmedos, lo que no difiere mucho de una cara de vaca normal.

Para el siguiente personaje, el Comité de Emergencias se preparó con más cautela. Es conocido que el señor de G. (ya no le gusta que le digan brujo y menos brujito) es proclive a las reacciones intempestivas. Por eso solicitaron la asistencia del Dr. Doctorrrr, que los acompañó en su vehículo equipado con todo tipo de vacunas. Preventivamente, todos se aplicaron tres.

A continuación venía el destino que los miembros del Comité más temían: tenían que visitar a D.K. en Misiones. En los últimos años, este personaje encontró una compañera con la que tuvo cinco voluminosos hijos. Todos ellos han heredado de su padre una tendencia a la dramatización y al desborde de sus lagrimales. Según cálculos de los científicos, seis elefantes que lloren conjuntamente durante ocho horas pueden generar unas veinticinco mil millones de lágrimas, lo que equivale a quince toneladas de agua al cubo (las lágrimas de un elefante joven pesan 2,4 veces más que las de uno anciano). Se entiende que el riesgo era grande: la selva misionera podía inundarse y los ríos desbordar. Incluso podía llegar a producirse un desequilibrio en las Cataratas del Iguazú que sepultara a los turistas y a los coatíes. Para evitar una catástrofe, el Comité tuvo que talar un bosque entero y fabricar dos camiones de cataplasmas de aserrín y otros dos de sopa de avena, que es lo que suele relajar a la familia K. (Esta noticia probablemente disguste a los ecologistas, pero algunas veces grandes objetivos implican grandes sacrificios)

En tres días más de incesante trabajo, el Comité logró cumplir su objetivo: más de cien personajes fueron contactados, algunos tan difíciles de hallar como la Familia Polilla o la Hormiga Titina. El esfuerzo estaba bien justificado, ya que la súbita orfandad de tal cantidad de personajes ponía en grave riesgo al país.

Se trata de un proceso complejo: cuando los personajes quedan huérfanos, pueden asumir diferentes actitudes. Algunos empiezan a envejecer, lenta pero inexorablemente, hasta que un día nadie los recuerda. Otros adquieren por un tiempo un renovado vigor y luego se marchitan. También están los que ni se inmutan ante el fallecimiento del autor. Pero a veces sucede que los personajes deciden marcharse con quien los ha creado. Se produce un fenómeno de implosión y, de un momento para el otro, desaparecen.

Tratándose en este caso de nombres que andan en boca de todo el mundo, el peligro era evidente: un personaje que desaparece cuando está en la boca del usuario puede dejar un agujero de proporciones considerables. Peor aún es si ya ha avanzado hacia el interior del cuerpo: en ese caso se corre el riesgo, por ejemplo, de que explote una arteria o se perfore un órgano. Lo más grave, sin embargo, sucede cuando el personaje implosiona una vez que está en el corazón: en tal caso, la muerte del usuario es inevitable.

Se entiende, entonces, que urgía tomar medidas. Los personajes fueron conducidos por el Comité al Palacio de Convenciones, donde discutieron durante dos días y dos noches (en realidad, algunos sólo discutían de día, como Mambrú, que es militar, y otros sólo de noche, como Miranda y Mirón, que son lechuzas). Finalmente tomaron una resolución conjunta y emitieron un escueto aunque contundente comunicado. Que dice así:

“Reunidos en el Palacio de Convenciones a los dieciséis días del mes de enero de 2011, los personajes aquí presentes hemos analizado la situación y llegado a una decisión de común acuerdo. Resolvemos que:

1) María Elena Walsh no murió. Está trabajando en su casa y prefiere no ser molestada.

2) Los personajes siguen a disposición del público consumidor. Se ruega no abusar”.

Dando por finalizada su tarea, los integrantes del Comité de Emergencias tomaron el té en tacitas de porcelana.

sábado, 15 de enero de 2011

El rostro de la mujer a través de 500 años de arte


Lo envia Hilda Radizzani





Este video es una verdadera obra de arte digital en los planos del dominio técnico y la creatividad artística. Ha sido visto por más de 5,3 millones de visitantes y ha causado más de 10.000 comentarios en 2 meses.
Además al que le interese la historia del arte disfrutará mucho comparando trazos, formas y colores, estilos y perspectivas...
Belleza en estado puro.

viernes, 14 de enero de 2011

Dilma muestra lo que le falta a nuestra cultura política por Norma Morandini


Nota Dario Clarín 06/01/11


Me emocioné con la emoción de mi vecina de la Villa Assuncao de Porto Alegre, donde viví la última parte de mi exilio. En ese entonces, Dilma Rousseff integraba el grupo político que rodeaba a Leonel Brizola, el líder “trabalhista” de regreso en Brasil, tras un largo exilio. Habían participado de la “lucha armada”, como se decía entonces, reemplazada hoy por el políticamente más correcto “los que resistieron a la dictadura”. Una resistencia que Dilma pagó con la prisión.
Los brasileños, en 1964, inauguraron los golpes militares en la región. El único régimen que mantuvo abierto el Parlamento en una ficción democrática, con dos partidos creados por decreto. Cada general en la presidencia fue encarnando el grado de la apertura política. Desde el más duro de todos, Garrastazú Medici, al general Figueiredo, quien firmó en 1979 la Ley de amnistía que rehabilitó políticamente a los integrantes de los grupos clandestinos como Dilma, permitió el regreso como héroes de unos tres mil exiliados, pero también amnistió a los torturadores.
Corrían los años ochenta, los argentinos del “déme dos” habían descubierto las playas brasileñas y miraban con recelo a una sociedad de la que les horrorizaba “la pobreza” y la brecha social. Esa Belindia, como se ironizaba entonces: unos viven en Bélgica, otros en la India. La brecha social dejada por el “milagro económico”, motorizado por las automotrices y las exportaciones. El triunfalismo militar ideó una propaganda eficaz: El Brasil del “vai pra frente” y “nadie detiene a este país”.
Brasil significó para mí la cercanía con Argentina. Vivía con desconfianza y temor el acercamiento con mis compatriotas-turistas. No podía mencionar siquiera mi condición de exiliada sin correr el riesgo de que me evitaran en la playa. (Hoy me pregunto si entre ellos no estarán los que hoy se erigen custodios de la memoria o adalides tardíos de los derechos humanos). Pocos sabían de la existencia de Lula, el tornero de barba espesa que había liderado las huelgas operarias que forzaron la apertura política, vinculado a los movimientos sociales de la Iglesia, la principal base de sustentación de lo que después se expresó políticamente con el Partido de los Trabajadores.
En Brasil, el paso entre la dictadura y la democracia fue lento y gradual, comandado por el mismo régimen militar. Una transición tutelada que no alteró el multitudinario movimiento civil por las “diretas, ja” para exigir la elección directa del Presidente. Sólo quince años después, Fernando Henrique Cardoso fue la vez del primer exiliado en llegar a la Presidencia, antes de que les tocara el turno a los ex presos: Mujica en Uruguay y Dilma en Brasil.
Pero Lula, varias veces derrotado, debió esperar más de veinte años para dejar de ser el “temido comunista que le iba a sacar el dinero a los ricos para distribuirlo entre los pobres” y, tal como Felipe González en España, se convirtió en la mejor garantía del sistema. Tal como se entusiasmó el padre del milagro económico de la dictadura militar, Delfin Neto, “Lula consolidó el capitalismo”.
Sin duda, la popularidad de Lula es enorme. Por su enorme carisma, por haber continuado las políticas sociales de Cardoso. Sobre todo por el conmovedor destino del operario pobre que llegó a la Presidencia del mayor país latinoamericano, reverenciado por los poderosos del mundo.
Tal como aquí, en Brasil, se creó un mito económico que algunos ponen en duda. Como Frei Beto, el sacerdote, mentor y amigo de Lula, autor del programa “Hambre Cero”, quien se alejó silenciosamente del gobierno que había ayudado a fundar. Frey Beto advierte: “Con Lula, los más pobres recibieron recursos anuales por R$30 mil millones; los más ricos, en el mercado financiero, fueron beneficiados con más de R$300 mil millones por año. El país continúa sin las reformas tributariasy políticas y la calidad de la educación se equipara a Zimbawue, según los índices de las Naciones Unidas”. Tal vez esa es la razón por la que no hubo triunfalismo en el discurso de la Presidenta, quien enumeró los problemas que deberá afrontar: la pobreza, el crimen organizado, la desigualdad, la preservación del medio ambiente y la prioritaria educación.
Por ahora, importa observar la trayectoria de Dilma Rousseff, cuya vida se confunde con la historia reciente de Brasil. La primera mujer pero, también, una dirigente moderna que no se victimiza, que esconde las lágrimas. mientras los prejuicios califican como dureza lo que en los hombres se elogia como firmeza.
Fue por esa emoción que me emocioné al ver a mi antigua vecina convertida en Presidenta. Cambió de aspecto tanto como el Brasil que conocí: embellecida por la serenidad democrática de extender la mano a sus opositores a los que prometió igualdad institucional, sin favoritismos.
No se arrepiente de su pasado pero carece de rencor y resentimientos. Tomó las palabras de otra mujer, Indira Gandhi, para decir: “No se puede abrazar con los puños cerrados”. Una sabiduría ajena a nuestra tradición antidemocrática. Cuando entre nosotros se invocan los Derechos Humanos pero se descalifica al que piensa diferente, recuerdo aquella paradoja autoritaria del general Figueiredo, quien comandó la democratización y treinta años atrás decía: “Mi compromiso es con la democracia. Al que se oponga, lo reviento.”

lunes, 10 de enero de 2011

La falta de juego puede traer problemas en la vida adulta por Diego Geddes

LOS BENEFICIOS DE JUGAR. LOS CHICOS APRENDEN A CONTROLAR SUS IMPULSOS, RESOLVER PROBLEMAS, NEGOCIAR, PENSAR CON CREATIVIDAD Y TRABAJAR EN EQUIPO. SI NO ES SUFICIENTE, DE ADULTOS PUEDEN TENER POCA CAPACIDAD DE PENSAMIENTO, SUFRIR TRASTORNOS PSICOSOMÁTICOS Y HASTA FANATISMO.



Fuente Clarín 10/01/11

En la interacción libre con sus pares, los nenes aprenden las habilidades necesarias para tener éxito al crecer, sostienen los especialistas. Y advierten que los videojuegos no estimulan la creatividad. Divertirse con otros chicos es clave para el desarrollo

La pregunta surgió de un debate entre médicos, psicólogos y educadores en los Estados Unidos. “¿Cuántos chicos
La pregunta surgió de un debate entre médicos, psicólogos y educadores en los Estados Unidos. “¿Cuántos chicos de entre 5 y 8 años son capaces de dominar el celular inteligente de sus padres y cuántos de esos chicos tienen la iniciativa de llamar a sus amigos para organizar un partido de fútbol?”. No fue necesario discutir la respuesta para entender que algo ha cambiado en el proceso educativo, más allá de los conocimientos que adquieren en la escuela.

La cultura del juego recreativo como espacio de formación está desapareciendo, en especial en las grandes ciudades.

Y las consecuencias pueden ser importantes en la vida adulta ya que, sostienen los especialistas, la mayoría de las habilidades sociales e intelectuales que uno necesita para tener éxito en la vida y el trabajo se adquieren por primera vez a través del juego y durante la infancia.

Los chicos aprenden a controlar sus impulsos, resolver problemas, negociar, pensar con creatividad y trabajar en equipo cuando juegan en un arenero o construyen un fuerte con almohadones. “Jugar es algo natural que los animales y los humanos hacen. Pero no sabemos por qué, de alguna manera se lo hemos quitado a nuestros chicos”, dice Kathy Hirsh-Pasek, investigadora de la Universidad de Temple, en Filadelfia, Estados Unidos.

“La creatividad y curiosidad infantil desplegada a través de la espontaneidad esperable del juego de todo niño, contribuye al desarrollo de una personalidad sana”, dice Ana Rozenbaum de Schvartzman, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina. “Jugar poco torna imposible el despliegue imaginativo que el niño necesita para edificar sus propias construcciones y fabulaciones, ya que el juego está íntimamente ligado a la fantasía”, concluye.

Una de las razones por las cuales se ha perdido ese tiempo es porque buena parte de esas actividades se concentran en la computadora. Pero los expertos definen jugar como una actividad iniciada y dirigida por chicos, con sus propias reglas, algo que no sucede en muchos de los videojuegos. “Los videojuegos pueden ser un complemento, pero para el desarrollo y la salud emocional es esencial el juego libre, creativo, sin reglas fijas y en donde se gana sólo por el placer que produce”, analiza Pedro Horvat, psiquiatra y psicoanalista.

José Sahovaler, psicólogo especialista en niños y adolescentes, remarca que el juego cambió, como ha sucedido a lo largo de la historia. Y que en la computadora no hay un otro con quien jugar: el juego está mediatizado por lo que pensó un grande. “Para el chico, jugar es aprender y una forma de entrenarse para el mundo adulto”, asegura. En el caso de que ese juego no sea suficiente, el individuo no logra desarrollar su parte creativa y de mayor pueden manifestarse varias patologías. Citando al psicólogo inglés Donald Winnecott, Sahovaler enumera posibles adicciones, trastornos psicosomáticos, poca capacidad de libertad y pensamiento, y hasta fanatismo.

Como en casi todos los aspectos educativos, los especialistas apuntan a los padres y su ejemplo. Los defensores de este movimiento pro juego hablan de tolerar una mayor informalidad en las actividades de los chicos y menos estructuras en el hogar. Jugar en casa, por ejemplo, supondrá desordenar y correr algunos muebles de lugar. “Asegurar el lugar del juego creativo nos debe llevar a una reflexión acerca del tipo de vida que elegimos, tanto para los chicos como para los padres”, plantea Horvat. Para Miguel Alemán, pediatra, deportólogo y entrenador de rugby, hay también una cuestión social muy importante, y es que hoy los chicos están casi todo el día en el colegio. “Por un tema de tiempos, ya casi no existe la cultura de llevarlos a un club o a la plaza –afirma Alemán–. Frente a la computadora están sentados y aislados. Y se advierten problemas con la motricidad. Los chicos más acostumbrados a jugar tienen una mejor motricidad y también mejor capacidad física y de resistencia”.

No hay acuerdo respecto de cuánto tiempo se debe destinar al juego. Pero sí todos reconocen que cuanto más tiempo se le dedique, mejor. Jugar es, después de todo, una de las partes más divertidas de la vida.



Alternativas para no aburrirse
El hecho de que viva en un departamento no convierte a Catalina Oliveri en una nena sedentaria. “Por suerte vivimos cerca del Parque Saavedra, entonces tenemos una alternativa para que ella pueda andar en bicicleta”, dice su papá Hernán. Es clave incentivarla a jugar y buena parte de la tarea se da de manera natural porque su mamá Alejandra es profesora de Educación Física. “Hay que pensar todo el tiempo en alternativas para que no se aburra”, dicen los padres. La vida cargada de obligaciones complica algunas cosas, pero Catalina tiene abuelos jóvenes que se ocupan de la nena, todavía en edad de preescolar: “Entre todos tratamos de que tenga siempre alguien con quien jugar”.



Imaginación sin reglas
Los especialistas definen como juego aquella actividad que es iniciada y dirigida por los chicos. Por eso, dicen, los videojuegos no cuentan salvo aquellos que supongan la creación de algo.

El juego en la infancia es fundamental para adquirir las habilidades sociales e intelectuales que uno necesita para desempeñarse en la vida y el trabajo. Los chicos aprenden a controlar sus impulsos, a resolver problemas, negociar, pensar con creatividad y trabajar en equipo cuando juegan en un arenero o construyen un fuerte con almoha